sábado, 5 de agosto de 2017

El divorcio, la trampa que hace abandonar a las mujeres su promoción laboral

Las mujeres que intentan su promoción laboral no solo asumen esfuerzos materiales sino, también, altos costes afectivos. Las normas tradicionales amenazan su vida de pareja si asumen una perspectiva de mejora en su carrera profesional.
MIGUEL DE LA BALSA, 04/08/2017 

En 2014 hubo en España 100.746 divorcios, un 5,6% más que el año anterior.
De vez en cuando, los blogs de economía se pasan por la tierra. 
En Nada es Gratis, se ha publicado el pasado mes de julio un interesante trabajo de Santiago Sánchez Pagés, con un título que mezcla, de forma algo inquietante, palabras como promoción laboral y divorcio.
Es bastante probable que a muchas profesionales de distintos campos el tema no les sorprenda, quizá los lectores y lectoras de Estrella merezcan que les advirtamos.
Que la igualdad en salarios y oportunidades laborales no es solo una cuestión de derecho sino, también, de eficiencia es algo establecido. Lo que el economista citado viene a advertir es que la persistencia de las brechas de género tiene parte de su origen en lo que el autor llama “rigideces del mercado matrimonial”.
Aceptemos que la descripción no ganará los altares del romanticismo, pero conviene que se sepan las consecuencias que los roles de pareja generalmente asumidos – y su traducción en el reparto de tareas- tienen sobre las promociones laborales y viceversa.
Los conocidos comportamientos sociales producen insatisfacción en las mujeres que trabajan y un nº de mujeres que rechazan avanzar en su carrera profesional en una medida superior a la de los hombres, por el simple criterio de “no tener problemas familiares”.
Esta percepción no es solo algo cotidianamente constatable sino que está sostenida en trabajos de solvencia científica. Uno de ellos, se cita en el mencionado Blog, es el de Olle Folke y Johanna Rickne que han analizado el efecto de las promociones laborales sobre la tasa de divorcio.
Nórdicos tenían que ser para preocuparse del asunto. Suecos, más en concreto. Y utilizan un sector social muy competitivo, el de la política, utilizando datos de todos y todas los que se presentaron a elecciones entre 1991 y 2012.
Los resultados son más que notables: mientras la frecuencia relativa de divorcios es idéntica entre los hombres elegidos y aquellos que no lo fueron, las candidatas exitosas experimentan un incremento en su tasa de divorcio, que alcanza un 10 %, tras 8 años de su elección.
Resulta también reveladora la comparación entre la duración de los matrimonios. Los alcaldes o parlamentarios se divorcian mucho menos que las alcaldesas o parlamentarias. 
Sin embargo, en el caso de los candidatos y candidatas no elegidos apenas diferencia entre sus tasas de divorcio.
Blanco y en botella. Más aún, cuando se constata que la diferencia en tasas de divorcio es más acusada cuando la esposa es mucho más joven que su esposo y cuando la candidata elegida tomó una baja de maternidad más prolongada, características que se asocian a hogares más tradicionales.
Resulta extraordinariamente llamativo que más del 15% de las candidatas que gracias a resultar elegidas pasan a ser la principal fuente de ingresos del hogar se divorcia en los 3 años posteriores a las elecciones, mientras que eso solo le sucede al 3% de los hombres en esa misma situación.
Todo esto sugiere, advierte el profesor Sánchez Pagés, que “las promociones laborales generan una renegociación de los roles domésticos y que cuando se trata de mujeres exitosas, esta renegociación trae una serie de presiones que resultan en una mayor probabilidad de divorcio”.
Las normas culturales tradicionales, en suma, producen una importante asimetría en las tasas de divorcio, lo que viene a constituir un mecanismo de reproducción de las diferencias de género en el ámbito laboral.
Si esto es así en Suecia, calculen Uds lo que será en sociedades menos avanzadas en esta materia, la nuestra por un poner. El coste de la promoción laboral de las mujeres no solo es terrible en términos de competencia y esfuerzo, sino en términos afectivos. Una trampa que induce al abandono.

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